lunes, 25 de agosto de 2014

                                           EL 2  DIA  DE   BART
Bueno  queridos  amigos  me   cuesta  entender  mate   asi  que  dire  que  estudio  y  ¡no  me arreglen  mi pecado!  ya  porfis   porque  hare  como  si  estudie  vayamos  al  grano  .conocia  a  una  chica  que   llego  al  curso  ¡oviamente  nueva!
es  como  una  chinita  pero  bueno  asi  es  el  amor  que  podemos   decir  
igual  que  ese   descarado  papa  y 
la  dulcemala mama
vida  tan  cruel  solo  que  esto
me  volvio  romantico  no  lo  puedo   creer  porfin  el  2 amor.....

domingo, 10 de agosto de 2014

                                                         El  dia  de  bart



Mi  feliz  dia  llego  es navidad  alos  niños  les  encanta  navidad(solo  por  los  regalos  jajjja)

Pero mi  primer  dia  castigadooo! por  que  mi familia  estan  cruel
no entiendo  pero  sali a  puntillas me  tire  al  columpio  y  Wuau        fue como  el  el  agua    pero  voy  por  el regalo de  mi mama  para  que  no  mecastigebueno  yege  con  el  regalo  se  lo  diy  me  dio   mi  playtation 5  siiiiiiiiiiiii!    feliz  navidad


Erase una vez un pastorcillo que cuidaba las ovejas de todo el pueblo. Algunos días era agradable permanecer en las colinas y el tiempo pasaba muy de prisa. Otros, el muchacho se aburría; no había nada que hacer salvo mirar cómo pastaban las ovejas de la mañana a la noche.
Un día decidió divertirse y se subió sobre un risco que dominaba el pueblo.
-¡Socorro! -gritó lo más fuerte que pudo- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
que viene el lobo
En cuanto los del pueblo oyeron los gritos del pastorcillo, salieron de sus casas y subieron corriendo a la colina para ayudarle a ahuyentar al lobo... y lo encontraron desternillándose de risa por la broma que les había gastado. Enfadados, regresaron al pueblo y el chico, todavía riendo, volvió de nuevo a apacentar las ovejas.
Una semana más tarde, el muchacho se aburría de nuevo y subió al risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Otra vez los del pueblo corrieron hasta la colina para ayudarle. De nuevo lo encontraron riéndose de verles tan colorados y se enfadaron mucho, pero lo único que podían hacer era soltarle una regañina.
Tres semanas después el muchacho les gastó exactamente la misma broma, y otra vez un mes después, y de nuevo al cabo de unas pocas semanas.
-¡Socorro! -gritaba- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Los buenos vecinos siempre se encontraban al pastorcillo riéndose a carcajada limpia por la broma que les había gastado.
Pero... un día de invierno, a la caída de la tarde, mientras el muchacho reunía las ovejas para regresar con ellas a casa, un lobo de verdad se acercó acechando al rebaño.
vino el lobo
El pastorcillo se quedó aterrado. El lobo parecía enorme a la luz del crepúsculo y el chico sólo tenía su cayado para defenderse. Corrió hasta el risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Pero nadie en el pueblo salió para ayudar al muchacho, porque nadie cree a un mentiroso, aunque alguna vez diga la verdad.
-Nos ha gastado la misma broma demasiadas veces -dijeron todos- Si hay un lobo esta vez, tendrá que comerse al muchacho.
Y así ocurrió.
El laberinto del minotauro
Hace mucho, muchísimo tiempo, vivía en Grecia un joven y valiente príncipe llamado Teseo. Su padre era el rey Egeo y gobernaba la hermosa ciudad de Atenas.
Un día bajó Teseo al puerto y vio a un grupo de gente llorando. Siete muchachos y siete doncellas eran llevados, con las manos atadas, a bordo de un barco de velas negras.
—¿Quién es esa gente que hay en el muelle? —preguntó Teseo a un marinero.
—Son los familiares de las catorce víctimas que van a ser sacrificadas. ¿Ves a esos siete muchachos y siete doncellas? Serán enviados a Creta. ¡Pobrecillos, cómo les compadezco!
—¿Por qué? ¿Pues qué les sucederá?
—¿Pero no lo sabes, chico? ¡Serán ofrecidos como alimento al terrible Minotauro que vive en el laberinto!
Teseo había oído hablar del Minotauro, ¡el horrendo monstruo con cuerpo de gigante y cabeza de toro! Poseía unos cuernos temibles y unos dientes enormes, y habitaba en un vasto laberinto en los sótanos del palacio de Creta, devorando a seres humanos. Tan numerosos eran los pasadizos del laberinto, que nadie que penetraba en él conseguía hallar la salida.
Teseo regresó apresuradamente al palacio de su padre.
—¡Padre! —exclamó—. Acabo de ver a catorce jóvenes atenienses a bordo de un barco que se dirige a Creta. ¿Por qué los enviamos para ser sacrificados a esa terrorífica bestia, el Minotauro?
—Porque hace mucho tiempo, hijo mío, hubo una guerra entre Atenas y Creta. Atenas fue derrotada, y desde entonces debemos enviar un tributo a Creta cada siete años, ¡un tributo de sacrificios humanos! Si no enviamos a esos siete jóvenes y siete doncellas para que sean devorados por el Minotauro, el rey de Creta nos volverá a declarar la guerra y muchos de los nuestros morirán.
—¿Y no podría alguien dar muerte al Minotauro? —preguntó Teseo.
—Nadie ha salido nunca del laberinto con vida. O les mata el Minotauro, o se pierden para siempre en el laberinto.
Teseo regresó corriendo al puerto y se acercó al barco de las velas negras, donde aguardaban los muchachos y las doncellas. Sus familiares y amigos seguían sollozando en el muelle.
—¡Pueblo de Atenas! —gritó Teseo—. ¡No lloréis, yo iré a Creta para acabar con el Minotauro!
Con estas palabras, Teseo subió a bordo y zarpó rumbo a Creta.
Tras muchos días de navegación, llegaron a la bella isla de Creta. En lo alto de un risco estaba el magnífico palacio de mármol del rey Minos. Sus soldados condujeron a los jóvenes y las doncellas por el sendero del risco.
El interior del palacio estaba todo adornado con oro y plata. Las habitaciones aparecían repletas de finos muebles, y en todas las paredes podían contemplarse escenas de toros y delfines saltarines.
En el amplio salón el rey Minos se hallaba sentado en un trono dorado. Tenía una larga barba blanca y llevaba puesta una túnica de seda.
—Sólo esperaba a catorce —dijo rudamente— ¿Por qué el rey Egeo me envía a quince?
Teseo dio un paso adelante.
—Soy el príncipe Teseo, hijo del rey Egeo. He venido para matar al Minotauro y liberar a mi pueblo de esta terrible deuda.
—Bravas palabras —dijo el rey con una pérfida sonrisa—. Puesto que estás tan ansioso de encontrarte con nuestro monstruo, tú serás el primero que entrará mañana en el laberinto.
En una esquina de la amplia sala estaba la bella princesa Ariadna. Al ver a Teseo, inmediatamente se enamoró de él. "Debo ayudar a este valiente y apuesto joven", pensó.
Aquella noche, se dirigió a su habitación sigilosamente.
—Príncipe Teseo —murmuró en voz baja—. No puedo ayudarte a matar al Minotauro, pero sí puedo ayudarte a escapar del laberinto. Debes aceptar mi ayuda o morirás.
—Lo haré encantado, princesa —contestó Teseo.
—Entonces toma esta espada y esta madeja de hilo y escóndelos debajo de tu túnica. Cuando entres en el laberinto, ata el extremo del hilo a la puerta y ve desenrollándolo a medida que avances por los oscuros pasadizos. Es tu única esperanza de hallar la salida una vez que hayas matado al Minotauro. Yo te estaré esperando junto a la puerta. Debes llevarme contigo de regreso a Atenas. Mi padre me matará si descubre que te he ayudado a escapar.
—Te llevaré conmigo, princesa —dijo Teseo con ternura—, pues estoy enamorado de ti.
Al amanecer del día siguiente, los soldados del rey condujeron a Teseo hasta el laberinto. Cuando la puerta se cerró tras él, quedó sumido en la oscuridad. Sacando la madeja de hilo de debajo de su túnica, Teseo ató uno de sus cabos a la puerta. Palpó los elevados muros que tenía a ambos lados y, muy despacio, descendió por el angosto camino, desenrollando el hilo a medida que avanzaba. Más adelante vio un poco de luz filtrándose por el suelo del palacio, y pudo ver miles de calaveras y huesos desparramados por el suelo.
De pronto oyó un terrible rugido que resonaba por los pasadizos. El espantoso sonido se aproximaba más y más, y Teseo percibió la fuerte pisada del gigante que se acercaba.
Inesperadamente, la bestia se abalanzó sobre él, bramando y rugiendo, pero el príncipe se apartó de un salto, asiéndose a la roca. La bestia volvió a abalanzarse sobre él, y esta vez Teseo le asestó un violento puñetazo en el pecho. El Minotauro cayó hacia atrás, aturdido, y Teseo le agarró por sus inmensos y afilados cuernos, inmovilizándole. El Minotauro soltó de nuevo un rugido y rechinó sus enormes dientes. Teseo sacó rápidamente su espada y la hundió tres veces en el corazón del Minotauro. La bestia rugió una vez más... y luego se quedó inmóvil.
En la oscuridad, Teseo buscó el ovillo de hilo que se había caído. Cuando lo halló, fue siguiendo con las manos el rastro del hilo a través de los oscuros y sinuosos corredores del laberinto. Al fin alcanzó la puerta donde se hallaba Ariadna.
Al ver a Teseo manchado de sangre, corrió hacia él y le abrazó apasionadamente.
—Debemos apresurarnos —dijo la joven, muy excitada—, o nos descubrirán los guardias de mi padre.
Ariadna condujo a Teseo a donde se hallaba anclado el barco. Allí, esperándoles, estaban los siete muchachos y las siete doncellas. Cuando salió el sol, pusieron rumbo a Atenas.
Osito Wolstencroft
Hace mucho tiempo nació un  hermoso y gran oso que se sentaba en un estante en un tienda de juguetes a la espera de que alguien lo compre y le de un hogar.
 Su nombre era Wolstencroft. Y no era un oso ordinaria.
 Su piel era de un precioso tono gris claro, y tenía de color miel las orejas, la nariz y los pies. Sus ojos eran cálidos y amables y tenía una mirada maravillosamente sabia en su rostro.
 Wolstencroft parecía muy inteligente, llevaba un chaleco de tela escocesa marrón con una corbata de lazo dorado en su cuello.
 Junto a su corbata llevaba una etiqueta con su nombre escrito en letras en negrita: Wolstencroft .

   Había llegado a la tienda justo antes de Navidad, cuando se había montado un gran árbol precioso en la ventana, decorado con luces de colores, y metros y metros de oropel espumoso habían cubierto todo, y música de fiesta había estado sonando todo el tiempo.Wolstencroft era especialmente aficionado a los cascabeles. Le gustaba como brilaban y su tintinear. Siempre lo hacía sentir feliz.
 En ese momento no quedaban otros osos para hacerle compañía. De hecho, había habido tantos osos de peluche juntos en aquella estantería que apenas había tenido espacio para moverse.
 Pero, uno por uno, todos se habían ido. Alegremente decian adiós, ya que fueron llevados a sus nuevos hogares. Hasta que finalmente, él era el único oso de peluche que quedaba  en toda la tienda.
 Tenía la esperanza de que Santa Claus se lo llevaría el día de Navidad, y lo llevaría a un buen hogar. Pero no lo había hecho. Papá Noel había estado demasiado ocupado ese año, habia entregado mas de regalos de lo habitual.
 Wolstencroft sentía triste y solo. Él anhelaba tener un niño que lo llevara a casa y lo quisiera y jugara con él. Pero, sobre todo, para abrazarlo. Porque ningún abrazo es demasiado grande para un oso de peluche.
 Él estaba tratando de no llorar porque sabía que las lágrimas hincharían sus ojos y los pondrían rojos y tendría aún menos posibilidades de encontrar un hogar.
 Pero ¿por qué alguien no lo llevaba a casa?
 ¿Por qué, se preguntó, él era mucho más hermoso que otros osos que habían encontrado un hogar?

Entonces, un día, poco antes de la Pascua, tres conejos fueron colocados en la estantería al lado de él.
 Todos tenían las orejas muy grandes y los pies y las piernas largas. Los tres vestían suéteres de lana.
 Rita Conejo llevaba un suéter de color rosa. Roger Rabbit uno verde. Y Ronnie llevaba uno azul.
 Roger y Ronnie eran gemelos, y Rita es su hermana.
 "Eres un oso guapo," dijo Rita Wolstencroft después de la tienda había cerrado por la noche. "Estoy sorprendida de que nadie te haya comprado y llevado a su casa."
 "Yo también", respondió Wolstencroft y, a pesar de que trató de no hacerlo, una lágrima rodó por su mejilla peluda.
 Ronnie y Roger habían saltado de la estantería y juegaban con una etiqueta hacia arriba y abajo por los pasillos.
 "Ten cuidado y no golpees nada más, les dijo Rita.
 Rita miró de cerca Wolstencroft desde todos los ángulos. Ella lo miro desde todos los lados. Luego se sentó y se quedó absorta en sus pensamientos durante un tiempo muy largo.
 "Bueno", le preguntó, incapaz de soportar el suspense más tiempo. "¿Qué crees que es lo que me pasa? ¿Por qué nadie me quiere comprar?"
 "Debe ser tu nombre", respondió Rita.
 "Mi nombre!" exclamó Wolstencroft. "¿Por qué, qué pasa con mi nombre?"
 "Oh, no hay nada malo con tu nombre", respondió Rita. "Wolstencroft es un nombre maravilloso, pero es demasiado largo para algunas personas . No todo el mundo puede pronunciarlo correctamente."
 Hasta ahora Wolstencroft siempre había sido capaz de decir su nombre correctamente. Pero era su propio nombre y todo el mundo puede decir su nombre. El no  podía decir su nombre cuando era un bebé pequeño. Pero después de que había empezado a ir a la escuela lo sabía decir muy bien.
 "Wolstencroft," el profesor diría en voz alta. "¿Vas a recitar el alfabeto para nosotros hoy?"
 Y él nombraba todas las letras de la A a la Z. Él era un oso muy inteligente.

El domingo de Pascua, muy temprano justo después abri la tienda, una mamá y un papá compraron a Roger y Ronnie para sus hijos gemelos.
 "Ellos estarán bien", dijo Rita. Ella estaba feliz de que sus hermanos habían encontrado un buen hogar, pero se sentía triste, también, porque estaba empezando a echarlos de menos.
 En la parte delantera de la tienda habían colocado una estantería con huevos de chocolate. Y como ya no era domingo de Pascua, los habían bajado a mitad de precio.
 Después de que cerraron la tienda, Wolstencroft recogió el huevo más bonito que pudo encontrar y se lo dio a Rita, para animarla.
 Compartieron el huevo, chupando el chocolate cremoso y dulce y asegurándose de que no manchara su ropa.
 Entonces comenzaron a hablar sobre el nuevo nombre para Wolstencroft.
 "No me gustaría cambiarlo," Wolstencroft declaró. "Quiero decir que soy yo. Lo he tenido toda mi vida.
 "Pero si te impide conseguir un hogar", Rita insistió. "Es posible que tengas que hacerlo."
 Andó hacia el departamento de libros y regresó con un libro que se llamaba ¿Qué nombre poner a un bebé .

Entonces ella comenzó a leer los nombres que ella pensaba que podría adaptarse Wolstencroft.
 "¿Te gusta Adrian?" sugirió. "Es un nombre precioso, muy digno."
 Pero Wolstencroft negó con la cabeza.
 "Bueno, ¿qué piensas de Bernard? En realidad significa valiente como un oso."
 Pero Wolstencroft no estaba impresionado.
 Así Rita comenzó a pasar las páginas del libro, leía un nombre para cada letra del alfabeto a partir de C.
 "Clive, David, Edwin, Francis, Graham, Howard, Ivan, Jeremy Keith, Leonard, Miles, Nathan, Oliver, Percy, Quentin, Rodney, Selwyn, Timothy, Ulises, Vincent, Winston."
 Y aquí se detuvo porque los nombres que comienzan con X, Y y Z: Xavier, Yves y Zachary, eran demasiado difíciles de pronunciar. No había ningún sentido en tomar un nombre que fuera aún más difícil de decir que el que ya tenía.
 Pero a Wolstencroft no le gustaba ninguno de los nombres que ella sugirió.
   
"Todos son nombres bonitos", dijo, haciendo estallar un pedazo de chocolate en la boca y luego secándose la boca con una servilleta. "Pero, simplemente no son el mio."
 Rita se quedó perdido en sus pensamientos durante largo tiempo, tocando su mejilla con el dedo. Y no fue hasta que el reloj grande detrás del mostrador de la tienda dio las diez que por fin habló.
 "Creo que tengo la respuesta", dijo. "Tu puedes tener un nombre quesea fácil de decir y mantener tu nombre al mismo tiempo."
 Wolstencroft parecía perplejo. "Eso no tiene sentido", respondió.
 "Oh, pero sí," Rita insistió. "Tu solo  tienes que acortar el nombre que tienes."
 Wolstencroft comenzó a parecer interesado. "¿Quieres decir que mantendría Wolstencroft, y tendría uno más corto, más fácil de pronunciar"
 "Eso es ", exclamó con entusiasmo. "Tu tienes un nombre largo de tal manera que hay varias opciones." Y ella comenzó a contar con los dedos-.
 "Woolly, Wolsten, Sten o Croft. ¿Cuál te gusta más?"
 Wolstencroft pensó con mucho cuidado, dándole vueltas a cada nombre en su mente.
 "Me gusta Croft", decidió al fin. Es muy bonito.
 Rita parecía decepcionada. "Me gusta Woolly mejor", dijo. "Es tan tierno y amable. ¿Y tu eres suave y blandito”
 Wolstencroft estaba en duda.
 "Tu aún te llamarías Wolstencroft," Rita le recordó. "Y ese es un nombre muy digno por cierto. Woolly sería un buen contraste."
 Hablaron hasta bien entrada la noche, ya que era una decisión muy importante. Hay muy pocas cosas tan importantes como el propio nombre.

 Pero al final, justo antes del amanecer, Rita le había convencido de que Woolly era la mejor opción.
 "Tienes razón," dijo Wolstencroft mientras cerraba los ojos y se dispuso a dormir. "Es agradable."
 Y así fue como Wolstencroft se hizo llamar Woolly para abreviar.
 "Apuesto a que alguien va a llegar y te comprará mañana", ella fue a buscar un rotulador negro del departamento de papelería y debajo Wolstencroft , escribió Woolly.
 Pero Rita estaba equivocada. Fue ella, y no Wolstencroft, que fue a una nueva casa al día siguiente.
 Nadie compró Wolstencroft ese día. O al día siguiente. Ni ningún día después de ese.
 De hecho, a lo largo de todo ese año, que fué muy largo para Wolstencroft, nadie se lo llevó a casa para amarlo y  abrazarlo. Y quería tanto ser abrazado que a veces pensaba que no podía soportarlo más. Porque, por supuesto, ningún abrazo es demasiado grande para un oso de peluche.
 Ya se acercaba la hora de la Navidad de nuevo. Y el oropel y el acebo estaban decorando la farmacia. Y los compradores estaban todos muy alegres, con bufandas y guantes de colores alegres. Pero todavía nadie compró Wolstencroft, que se sentía extraordinariamente triste y solo, sentado por encima de las tarjetas de Navidad y papel de embalar.
 Es mi nombre, decidió con tristeza, y una lágrima rodó por su mejilla peluda. Lo odio. Y lo mismo ocurre con todos los demás. Ojalá me llamara otra cosa que Wolstencroft.

Entonces, una noche muy helada, cuando las estrellas brillaban en el cielo nocturno y copos de nieve danzaban delante de las ventanas, un niño y su padre entraron en la tienda.
 "Hey mira esto", dijo el papá cuando notó el nombre de la etiqueta de Wolstencroft. "Este oso de peluche tiene el mismo nombre que tú”
 "¿Qué?" El niño gritó con sorpresa. "No creía que nadie más en toda gran mundo pudiese llamarse Wolstencroft."
 Y al igual que Wolstencroft el oso, estaba empezando a odiar a su nombre.
 "¿Por qué no llegan a conocerse el uno al otro?"  sugirió el papa mientras levantaba a Wolstencroft del estante.
 Y el niño envolvió con sus brazos al osito de su mismo nombre y le acarició la piel suave. Y los dos se amaron desde ese mismo momento.
 "Yo le amo papá, ¿puedo tenerlo para Navidad?" -le preguntó, esperanzado. Y cuando su padre dijo que sí, bailó alrededor de la tienda con Wolstencroft, casi chocando con otros compradores mientras lo hacía.
 Wolstencroft realmente no era un nombre tan malo después de todo, decidieron ambos mientras giraban alrededor del árbol de Navidad que estaba en el fondo de la tienda.
 Wolstencroft el oso no recordaba haberse sentido tan feliz antes. De hecho, se sentía tan repleto de alegría, que pensaba que podría estallar. Iba a un nuevo hogar. Y él sabía que este niño, que se llamaba Sten, sería su mejor amigo para siempre.
 Entonces Sten le dio un abrazo tan grande que lo dejó sin respiración. Pero, por supuesto, a Wolstencroft no le importaba. Debido a que ningún abrazo es demasiado grande para un oso de peluche.
Los perros de los volcanes
En los volcanes de El Salvador habitan perros mágicos que se llaman cadejos. Se parecen a los lobos aunque no son lobos. Y tienen el garbo de venados aunque no son venados. Se alimentan de las semillitas que echan las campánulas, esas lindas flores que cubren los volcanes y que parecen campanitas.
La gente que vive en las faldas de los volcanes quieren mucho a los cadejos. Dicen que los cadejos son los tataranietos de los volcanes y que siempre han protegido a la gente del peligro y de la desgracia.
Cuando la gente de los volcanes viaja de un pueblo a otro, siempre hay un cadejo que las acompaña. Si un niño está por pisar una culebra o caerse en un agujero, el cadejo se convierte en un soplo de viento que lo desvía del mal paso.
Si un anciano se cansa de tanto trabajar bajo el sol ardiente, un cadejo lo transporta a la sombra de un árbol cercano. Por todo eso, la gente de los volcanes dice que, si no fuera por la ayuda de los cadejos, no hubieran podido sobrevivir hasta hoy en día.
Pero lamentablemente, no todos han querido siempre a los cadejos. ¡Qué va! A don Tonio y a sus trece hermanos, que eran dueños de la tierra de los volcanes, no les gustaban los cadejos para nada.
Los cadejos hechizan a la gente y la hacen perezosa!
- dijo un día don Tonio a sus hermanos.
Y los trece hermanos de don Tonio contestaron: -Sí, es cierto. La gente ya no quiere trabajar duro para nosotros. Quieren comer cuando tienen hambre. Quieren beber cuando tienen sed. Quieren descansar bajo la sombra de un árbol cuando arde el sol. ¡ Y todo eso por los cadejos!
Entonces, don Tonio y sus trece hermanos llamaron a los soldados de plomo y los mandaron para los volcanes a cazar cadejos. Los soldados se pusieron en camino con sus tiendas de campaña, sus cantimploras y sus armas centellantes.- Vamos a ser los soldados de plomo más bellos y más respetados del mundo- se dijeron.
Los soldados de plomo marcharon hacia el volcan Tecapa, que es mujer y viste un ropaje espléndido de agua y un sobrero de nubes. Y marcharon hacia Chaparrastique, un volcán hermoso que lleva siempre su sombrero blanco de humo caliente.
Cazaremos los cadejos mientras duermen- dijeron los soldados de plomo-. Así podremos tomarlos desprevenidos sin correr ninún riesgo.
Pero no sabían que los cadejos visten un traje de luz de día y de aire, con lo cual se hacen transparentes. Los soldados de plomo busca que busca a los cadejos, pero no encontraban a ninguno.
Los soldados se pusieron furibundos.
Comenzaron a pisotear las campánulas y aplastar sus semillitas.- Ahora, los cadejos no tendrán qué comer- dijeron.
Los cadejos nunca habían corrido tanto peligro.
Así es que buscaron la ayuda de los tatarabuelos, los volcanes Tecapa y Chaparrastique. Toda la noches los cadejos hablaron con los volcanes hasta que comentó Tecapa: - Dicen ustedes que son soldados de plomo.
¿El corazón y el cerebro son de plomo también?
- ¿Sí?- respondieron los cadejos-.¡ Hasta sus pies están hechos de plomo!
- Entonces , ¡ya está!- dijo Tecapa
Y Tecapa le dijo a Chaparrastique: - Míra, como yo tengo vestido de agua y tu tienes sombrero de fumarolas, simplemente comenzarás a abanicarte con el sombrero por todo tu cuerpo hasta que se caliente la tierra y entonces yo comienzo a sacudirme mi vestido de agua.
Y Tecapa se lo sacudió.
-Y eso, ¿ qué daño les puede hacer? - preguntaron los cadejos.
- Bueno- dijo Tecapa-, probemos y ya veremos.
Al día siguiente, cuando los soldados de plomo venían subiendo los volcanes, comenzó el Chaparrastique a quitarse el sombrero de fumarolas y a soplar sobre todo su cuerpo, hasta que ni él mismo aguantaba el calor.
Al principio, los soldados sentían sólo un picazón, pero al ratito los pies se les comenzaron a derretir. Entonces Tecapa se sacudió el vestido y empezó a remojarles. Y los cuerpos de los soldados de plomo chirriaban, como cuando se le echa agua a una plancha caliente.
Los soldados de plomo se sentían muy mal y se sentaron a llorar sobre las piedras. Pero éstas estaban tan calientes que se les derretían las nalgas.
Fue así que los soldados de plomo se dieron cuenta que no era posible derrotar a los cadejos, ni pisotear a las campánulas, y , en fin, ni subir a los volcanes a hacer el mal. Y sabiendo que tenían la debilidad de estar hechos de plomo, lo mejor era cambiar de oficio y dedicarse a cosas más dignas.
Desde entonces hay paz en los volcanes de El Salvador. Don Tonio y sus hermanos huyeron a otras tierras, mientras que los cadejos y la gente de los volcanes celebraron una gran fiesta que se convirtió en una inmensa fiesta nacional.
Autor: Manlio Argueta Ilustrador: Elly Simmons
Hijo del Sol
Una vieja leyenda cuenta la historia de un hombre y una mujer que vivían en una islita al oeste del Canadá. Se encontraban muy solos, pues no tenían hijos y en la isla no vivía nadie más.
Hijo del sol
Una tarde que el cielo adquirió un color semejante al de las plumas de la gaviota, la joven esposa se sentó a la orilla del mar y miró hacia el horizonte.
"Si tuviéramos hijos, podrían jugar conmigo en la arena y no me sentiría tan sola", pensó.
Ocurrió que un martín pescador, con sus pequeñuelos, zambullía su pico en el río que desembocaba en aquel lugar.
-¡Oh, martín pescador! -exclamó la joven-, desearía tener hijos como tú.
Con gran asombro oyó que el martín pescador le respondía.
-¡Mira las caracolas! ¡Mira en el interior de las caracolas!
A la tarde siguiente su marido salió a pescar y la joven volvió a sentarse en la playa, fijó su mirada en el mar y vio que una gaviota se mecía sobre las olas junto a sus pequeños.
-¡Oh, gaviota! -susurró la joven-, quisiera tener hijos como tú. La gaviota le respondió: -¡Mira las caracolas! ¡Mira en el interior de las caracolas!
De repente, oyó un llanto tras sí. Provenía de una gran caracola depositada en la arena. La mujer la recogió, miró en su interior y allí vio a un niño muy pequeño que lloraba desconsoladamente.
Llevó al bebé a su casa y lo cuidó hasta que se convirtió en un muchachito fuerte y sano. Un día, el niño dijo a la joven:
-Necesito un arco hecho con el brazalete de cobre que llevas en el brazo.
La mujer sonrió y, para complacerle, le hizo un pequeño arco y dos flechas.
Al día siguiente, el niño salió a cazar con sus flechas y su arco. Y así continuaría haciendo todos los días. Cazaba gansos, patos y toda clase de aves de mar.
Al crecer, el rostro del muchacho fue adquiriendo un tono dorado, más brillante aún que el resplandor de su pequeño arco. Y cuando se sentaba en la playa, mirando hacia el mar, todo se serenaba y unas extrañas luces resplandecían en la superficie del agua.
Un día, una gran tormenta se abatió sobre el mar y el agua estaba tan agitada que el pescador no pudo salir con su barca. La tormenta duró varios días y se quedaron sin pescado para comer.
Hijo del sol
Entonces el niño dijo:
-Aventúrate en el mar y déjame ir en la barca contigo, padre; quiero conquistar el Espíritu de la tormenta.
El hombre no quería embarcar con el mar tan agitado, pero el muchacho insistió tanto que al final aceptó.
Juntos se enfrentaron a la fuerte marejada. No tuvieron que remar mucho para encontrar al Espíritu de la tormenta que soplaba desde el suroeste, allí donde habitan los grandes vientos.
El Espíritu de la tormenta soplaba y soplaba como un monstruo salvaje y zarandeaba la pequeña embarcación de un lado para otro. Pero su furia huracanada no lograba hacerla volcar. El niño la dirigía en medio de las olas y pronto a su alrededor el mar se calmó.
Entonces el Espíritu de la tormenta llamó a su amiga la Niebla marina, para que bajara a esconder el agua; sabía que si la niebla se extendía, el hombre y el niño estarían perdidos.
Cuando el hombre vio que la niebla se adueñaba del mar se quedó aterrado; era su enemiga más temida.
Pero el niño dijo:
-No te asustes. La niebla no te hará daño mientras yo esté contigo.

Y así fue, porque cuando vio al niño sonriente, sentado en la proa de la barquita, desapareció tan pronto como había venido. Convencido de su impotencia, el Espíritu de la tormenta se marchó enfadado, y el mar recobró su calma.
Mientras volvían a casa, el niño enseñó a su padre una canción mágica, y la cantaron a los peces. Estos, al oírla, nadaron hacia las redes. En unos momentos llenaron la barca de pescado.
-Dime cuál es el secreto de tu poder -dijo el padre.
-Aún no puedo decírtelo -contestó el niño.
Al día siguiente, el muchacho salió con su arco y sus flechas de cobre y cazó muchos pájaros. Cuando llegó a casa, los desplumó y los puso a secar.
Luego se vistió con las plumas de un avefría, se elevó en el aire y voló por encima del mar. El océano tenía un color grisáceo, semejante al de sus alas.
Después de volar en torno a la isla, se quitó las plumas de avefría, se vistió con las plumas azules, que seleccionó de algunos arrendajos, y de nuevo se elevó por los aires. Debajo de él, el mar se volvió inmediatamente del mismo azul que sus alas. Al terminar su segundo viaje alrededor de la isla, se vistió con las plumas de los petirrojos, de un bello color oro rojizo. Mientras volaba muy alto sobre el mar, las olas reflejaban el color del fuego. Brillantes resplandores de luz aparecían sobre el océano y el cielo al oeste se teñía de un rojo dorado.
Cuando volvió a la playa, el muchacho dijo a su madre:
-Soy el hijo del Sol. Ahora debo irme y abandonar esta isla para siempre. Pero me apareceré a menudo ante vosotros, al oeste del cielo cuando el sol cae sobre el horizonte. Cuando el cielo y el mar del atardecer tengan el color dorado de mi rostro, sabréis que al día siguiente el tiempo será bueno y no habrá viento ni tormenta. Y aunque ahora tenga que dejarte, te voy a otorgar un poder. Lleva puesto este .. vestido mágico y si me necesitas para algo, me lo haces saber con sólo mandarme pequeñas señales blancas que podré ver desde mi casa del oeste.
El muchacho dio el vestido mágico a su madre y voló hacia el oeste, dejando al pescador y a su mujer muy entristecidos. Desde aquel día, cuando la mujer se sienta en la arena y afloja su vestido mágico, el viento se pone a soplar y el mar se agita. Cuanto más lo afloja, más crece la tormenta.
Pero en otoño, cuando la niebla se extiende por el mar y el cielo se cubre de nubes, ella recuerda la promesa del niño. Arranca las finas plumitas blancas de los pechos de los pájaros y las arroja al viento. Transformadas en copos de nieve, vuelan hacia el oeste para llevar un mensaje al muchacho que le recuerda: "¡Hijo del Sol, el mundo está gris y solitario! ¡Déjanos ver tu rostro dorado!
Entonces, antes del anochecer, aparece él y cielo y mar se cubren de una luz dorada. Y la gente en la Tierra sabe que no habrá viento al día siguiente y que el tiempo será bueno. Tal como lo prometió el hijo del Sol un día a su madre.
El acertijo
Érase una vez el hijo de un rey, a quien entraron deseos de correr mundo, y se partió sin más compañía que la de un fiel criado. Llegó un día a un extenso bosque, y al anochecer, no encontrando ningún albergue, no sabía dónde pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que se dirigía a una casita, y, al acercarse, se dio cuenta de que era joven y hermosa. Dirigióse a ella y le dijo:
- Mi buena niña, ¿no nos acogerías por una noche en la casita, a mí y al criado?
- De buen grado lo haría -respondió la muchacha con voz triste-; pero no os lo aconsejo. Mejor es que os busquéis otro alojamiento.
- ¿Por qué? -preguntó el príncipe.
- Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros ­contestó la niña suspirando.

Bien se dio cuenta el príncipe de que aquella era la casa de una bruja; pero como no era posible seguir andando en la noche cerrada, y, por otra parte, no era miedoso, entró. La vieja, que estaba sentada en un sillón junto al fuego, miró a los viajeros con sus ojos rojizos:
- ¡Buenas noches! -dijo con voz gangosa, que quería ser amable-. Sentaos a descansar-. Y sopló los carbones, en los que se cocía algo en un puchero.
La hija advirtió a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada, pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada, y cuando se dispusieron a reemprender la ruta, estando ya el príncipe montado en su caballo, dijo la vieja:
- Aguarda un momento, que tomarás un trago, como despedida.

Mientras entraba a buscar la bebida, el príncipe se alejó a toda prisa, y cuando volvió a salir la bruja con la bebida, sólo halló al criado, que se había entretenido arreglando la silla.
- ¡Lleva esto a tu señor! -le dijo. Pero en el mismo momento se rompió la vasija, y el veneno salpicó al caballo; tan virulento era, que el animal se desplomó muerto, como herido por un rayo. El criado echó a correr para dar cuenta a su amo de lo sucedido, pero, no queriendo perder la silla, volvió a buscarla. Al llegar junto al cadáver del caballo, encontró que un cuervo lo estaba devorando.
«¿Quién sabe si cazaré hoy algo mejor?», se dijo el criado; mató, pues, el cuervo y se lo metió en el zurrón.
Durante toda la jornada estuvieron errando por el bosque, sin encontrar la salida. Al anochecer dieron con una hospedería y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero, a fin de que se lo guisara para cenar. Pero resultó que había ido a parar a una guarida de ladrones, y ya entrada la noche presentáronse doce bandidos, que concibieron el propósito de asesinar y robar a los forasteros. Sin embargo, antes de llevarlo a la práctica se sentaron a la mesa, junto con el posadero y la bruja, y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas, cayeron todos muertos, pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.

Ya no quedó en la casa sino la hija del posadero, que era una buena muchacha, inocente por completo de los crímenes de aquellos hombres. Abrió a los forasteros todas las puertas y les mostró los tesoros acumulados. Pero el príncipe le dijo que podía quedarse con todo, pues él nada quería de aquello, y siguió su camino con su criado.
Después de vagar mucho tiempo sin rumbo fijo, llegaron a una ciudad donde residía una orgullosa princesa, hija del Rey, que había mandado pregonar su decisión de casarse con el hombre que fuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar, con la condición de que, si lo adivinaba, el pretendiente sería decapitado. Tenía tres días de tiempo para resolverlo; pero eran tan inteligente, que siempre lo había resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que habían sucumbido de aquel modo, cuando llegó el príncipe y, deslumbrado por su belleza, quiso poner en juego su vida. Se presentó a la doncella y le planteó su enigma:
- ¿Qué es -le dijo- una cosa que no mató a ninguno y, sin embargo, mató a doce?

En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza, no acertaba a resolver el acertijo. Consultó su libro de enigmas, pero no encontró nada; había terminado sus recursos. No sabiendo ya qué hacer, mandó a su doncella que se introdujese de escondidas en el dormitorio del príncipe y se pusiera al acecho, pensando que tal vez hablaría en sueños y revelaría la respuesta del enigma. Pero el criado, que era muy listo, se metió en la cama en vez de su señor, y cuando se acercó la doncella, arrebatándole de un tirón el manto en que venía envuelta, la echó del aposento a palos. A la segunda noche, la princesa envió a su camarera a ver si tenía mejor suerte. Pero el criado le quitó también el manto y la echó a palos.

Creyó entonces el príncipe que la tercera noche estaría seguro, y se acostó en el lecho. Pero fue la propia princesa la que acudió, envuelta en una capa de color gris, y se sentó a su lado. Cuando creyó que dormía y soñaba, púsose a hablarle en voz queda, con la esperanza de que respondería en sueños, como muchos hacen. Pero él estaba despierto y lo oía todo perfectamente.

Preguntó ella:
- Uno mató a ninguno, ¿qué es esto?
Respondió él:
- Un cuervo que comió de un caballo envenenado y murió a su vez.
Siguió ella preguntando:
- Y mató, sin embargo, a doce, ¿qué es esto?
- Son doce bandidos, que se comieron el cuervo y murieron envenenados.

Sabiendo ya lo que quería, la princesa trató de escabullirse, pero el príncipe la sujetó por la capa, que ella hubo de abandonar. A la mañana, la hija del Rey anunció que había descifrado el enigma y, mandando venir a los doce jueces, dio la solución ante ellos. Pero el joven solicitó ser escuchado y dijo:
- Durante la noche, la princesa se deslizó hasta mi lecho y me lo preguntó; sin esto, nunca habría acertado.
Dijeron los jueces:
- Danos una prueba.
Entonces el criado entró con los tres mantos, y cuando los jueces vieron el gris que solía llevar la princesa, fallaron la sentencia siguiente:
- Que este manto se borde en oro y plata; será el de vuestra boda.


                                                      caperucita  verde
                                                            anonimo


Habia  una  niña  que  le quisieron  llamar  caperucita  verde. un dia  su  papa  le  idjo  que  ballara a la aldea  de los  teolapterocos  para  que  les diera  un  cepillo y  pasta de  dientes
en fin  ella  fue al  bosque para  ir  ala  aldea derepente escucha ,auuu, auuu, era  ese lobo  .
el lobo le dijo  donde  bas y  ella  dijo  ala  aldea. pero  que  dientes  ta  y  grandes  dijo  caperucita  verde.  y  ledijo  te doy  mi canasta  . y el  lobo dijo  ahi  un pastel  y ella dijo no  pasta de  dientes  y  un  cepillo  .dijo el lobo  y  esto  es lo  que medas!  .  si cepillate los dientesque  te bigilo
El ogro Grogro

Capítulo 1


En el país de los ogros colorados, en un pueblo de barro, vivía un padre ogro, una madre ogro y un niño ogro, llamado Grogro. El padre de Grogro era muy grandote y colorado, con unas largas garras verdes, unos dientes largos y afilados de color verde y tres cuernos verdes también. Era increíblemente fuerte, y poseía un tremendo vozarrón. Pero, como la mayoría de ogros colorados, no era muy listo.
La madre de Grogro era colorada, con los labios brillantes y verdes y un largo cuerno rojo y verde. No era tan grande como el padre ogro, pero era más inteligente. Las madres ogros son inteligentes porque tienen tres ojos verdes, mientras que los padres ogros sólo tienen dos.
Al igual que todos los pequeños ogros, Grogro era rosa y no tenía cuernos. Sin embargo, aunque era pequeño, era mucho más listo que su padre. Sabía leer y escribir, sumar y restar.
Para volverse colorado, todos los ogros tienen que matar a un monstruo. Al padre de Grogro le gustaba matar dragones, y creía llegado el momento de que Grogro matara también a un dragón. Mas a Grogro no le gustaba matar criaturas.
Lo que es peor todavía, aunque su padre lo ignoraba, Grogro había hecho amistad con un sabio y viejo dragón amarillo llamado Zagón. A Grogro le encantaba sentarse en la cálida guarida de Zagon y escuchar relatos de monstruos, tierras lejanas y ogros dorados, que eran amables, valientes e inteligentes.
Cuando el padre de Grogro descubrió su amistad con Zagón, se puso furioso.
—i A los dragones hay que matarlos, no hacerse amigo de ellos! —gritó—. Si quieres llegar a ser un ogro grande y fuerte como yo, debes matar a ese dragón. Entonces, de sus fosas nasales empezó a salir humo, y de sus cuernos, rayos. Grogro salió corriendo calle abajo.
No paró de correr hasta llegar a la guarida de Zagón y, derramando lágrimas verdes y brillantes, le contó al dragón lo sucedido. — Debes alejarte volando, Zagón.
El dragón le miró pensativo por encima de sus gafas.
—Tú podrías convertirte en un ogro dorado, ¿sabes? Los ogros dorados nunca matan a menos que se vean obligados a hacerlo.
—¿Cómo puedo convertirme en un ogro dorado? Tendría que realizar alguna hazaña. Y no soy más que un niño.
—A lo lejos, a la sombra de una montaña solitaria, hay una tierra donde todos los habitantes tienen miedo. —¿De qué tienen miedo? —Temen a un gigantesco y viscoso monstruo que habita en la montaña. Cada noche abandona su cueva y se desliza de pueblo en pueblo devorando a ogros y dragones por igual, y dejando un asqueroso rastro de baba verde.
Al final del pasadizo había una habitación repleta de mapas e instrumentos extraños. —¿Cómo es que ningún ogro se ha atrevido a matar al monstruo? — Es demasiado terrible y fuerte. Sólo se le puede matar cuando está dormido en su cueva. Pero el monstruo suele cambiar de forma, y su cueva sólo puede alcanzarse a través de un pasillo, demasiado estrecho para un ogro.
— ¡Quizá sea lo bastante pequeño para deslizarme por él! —exclamó Grogro—. ¡Y podría matarlo con la espada de mi padre!
— Hum, sí, pero para matarlo deberías hundir la espada en su corazón. Y para llegar a él deberías deslizarte a gatas por un estrecho pasadizo y luego atravesar un resbaladizo arco de roca.
—¡Lo conseguiré! —exclamó, corriendo en busca de la espada. Al llegar a casa asomó temeroso la cabeza por la puerta. Su padre roncaba en un sillón y su madre estaba ausente. Así que se acercó de puntillas a la vitrina que había en la pared, sacó la espada sin hacer ruido, se ató el cinturón y volvió a salir sigilosamente.
Al poco rato Grogro se hallaba sentado a horcajadas a lomos de Zagón, volando más y más alto sobre las montañas hacia poniente. Había comenzado su peligrosa aventura.

Capítulo 2


Cinco días estuvieron volando el ogro Grogro y el dragón Zagón hacia el país del Monstruo del Cieno. Atravesaron elevadas montañas de color púrpura, un vasto y turbulento lago y negras planicies de lodo hasta llegar a una tierra extraña y asolada. Una tierra donde no quedaba ni un árbol con vida, donde no vivía un solo animal ni cantaban los pájaros, donde no había más que polvo, rocas, nubes de arena y una inmensa y siniestra montaña negra. La montaña estaba rodeada de un cieno verde y resbaladizo que goteaba de los orificios de las rocas. Allí, clavados en el lodo, se hallaban los huesos de todos los ogros, dragones y demonios que habían sido devorados por el Monstruo del Cieno.
Permanecieron revoloteando ¡unto a la falda de la montaña.
—¡Mira ahí arriba! — exclamó Zagón—.
Es el túnel que utiliza el monstruo para penetrar en la montaña cuando -regresa por las noches.
—¿Pero cómo puede subir tan alto?.
Zagón clavó sus poderosas garras en la roca, ¡unto al orificio. —Rápido, Grogro, no puedo sostenerme, i Está demasiado resbaladizo! iSalta, Grogro, salta! Mucho más abajo había unos peñascos negros y afilados como agujas. Grogro estaba asustado, pero no era un cobarde, y saltó y fue a aterrizar en el mismo agujero. Estaba a salvo. Pero no... ¡resbalaba hacia atrás sobre el cieno! No había ningún sitio dondel poder asirse, iba a despeñarse!.
De pronto, sintió que dos poderosas garras le cogían por detrás; era Zagón que agitando las alas volvió a introducirlo en el tunel.
El interior del túnel era de un horrible color verde. Olía que apestaba. Grogro comenzó a avanzar a gatas, sin ver absolutamente nada. Sólo oía el gotear del cieno y el chapoteo de sus manos y rodillas en el lodo.
Al cabo de mucho rato oyó un ruido sordo, lento y acompasado. Era el lento latir del corazón del monstruo. Entonces vio una débil luz verdosa. Era el resplandor del cuerpo del monstruo. Grogro había llegado al final del túnel.
Ante él se abría el vasto interior de la montaña/ cuya mitad se hallaba ocupada por el monstruo. Este yacía como un mar verde, agitándose mientras dormía. Sus numerosos tentáculos no cesaban de serpentear. Cientos de ojos cerrados se movían arriba y abajo al tiempo que respiraba. Sobre el monstruo había tendido un largo y estrecho puente de roca. Grogro debía cruzarlo para alcanzar un saliente que le conduciría junto al corazón del monstruo.
"Sé valiente y piensa", había dicho Zagón a Grogro. Así pues, conteniendo la respiración, alzó la espada de su padre y se dirigió hacia el corazón del monstruo. El puente estaba recubierto de cieno y la roca se hallaba tan resbaladiza que Grogro avanzaba muy lentamente. Por fin se encontró encima del palpitante corazón del monstruo.
De pronto, un largo y grueso tentáculo rozó su pie. Grogro dio un salto atrás horrorizado. Pero, al saltar, resbaló. Con un gesto desesperado extendió la espada para recobrar el equilibrio, más ésta chocó con la roca. Un fuerte ¡CLANG! sonó a través de la montaña hueca.
El monstruo se despertó. Sus cientos de párpados comenzaron a abrirse, al tiempo que su corazón latía más y más deprisa.
Entonces vio a Grogro, solo en el puente. Alargó sus poderosos tentáculos para atraparle. Temblando, Grogro levantó la espada...

Capítulo 3


Grogro estaba atrapado, i El Monstruo del Cieno se había despertado! Sus gruesos y viscosos tentáculos se alargaban hacia arriba. A Grogro no le dio tiempo de atravesar el puente de piedra y alcanzar el saliente que le llevaría junto al corazón del monstruo. Pensó en lo que le había dicho Zagón: "¡Sé valiente y piensa!" Debajo de él se encontraba el negro corazón del monstruo. "Piensa, piensa", se dijo Grogro. Los tentáculos se aproximaban cada vez mas. 'Piensa, Grogro, piensa."
Los tentáculos se extendían hacia él como látigos. ¡Ahora o nunca! Grogro saltó; ¿ sobre el monstruo dirigiendo la espada hacia el centro de su terrible corazón, cuyos latidos resonaban como truenos.
Grogro cerró los ojos y fue a caer violentamente en el mismo centro del corazón del monstruo. Sintió que la espada se clavaba hasta la empuñadura y sonó una tremenda explosión. Entonces brotó del monstruo un gran chorro de cieno verde. Su cuerpo comenzó a encogerse, haciéndose más y más pequeño, desinflándose como un viejo y arrugado globo.
Grogro cayó de cabeza en el denso torrente.
Al instante se halló flotando sobre una ola de cieno.
El torrente le condujo túnel abajo hacia la entrada de la montaña. Una vez allí, consiguió distinguir, en la pálida luz purpúrea, a Zagó que agitaba sus alas furiosamente el ogro cayó precipitándose hacia las negras y afiladas rocas. De pronto sonó ua zumbido tremendo. Era Zagón que se remontaba en el aire. Instantes después, asió a Grogro con sus poderosas garras. — ¡Bravo, chico, has matado al Monstruo del Geno! Sabía que lo lograrías. Eres un héroe. Pero creo que deberías quitarte ese horrible cieno.
Subido a lomos de Zagón, Grogro voló hasta el lago.
— Ahora lávate las manos, Grogro. Es posible que te lleves una sorpresa. Grogro se lavó las manos en el agua fresca y cristalina del lago. Entonces comprobó que, debajo del cieno verde oscuro, sus manos no eran duras, pálidas y rosadas, sino suaves, relucientes... ¡y doradas!
¡Aparecía completamente clorado de los pies a la cabeza! El sol relucía sobre su cuerpo dorado.
—Soy... soy... ¡un ogro dorado! —Así es, hijo mío. Eres un ogro dorado, porque te has comportado con valentía y no has matado al monstruo llevado por el odio, sino en defensa propia. Fíjate, Grogro, el desierto se está transformando en un hermoso y exuberante vergel.
Has matado al Monstruo del Cieno, y ahora esta tierra estéril recobrará la vida. Pero recuerda que seguirás siendo un ogro dorado sólo si no matas, a menos que te veas forzado a hacerlo.
—Pero mi padre se enfadará conmigo
si me niego a matar dragones —dijo Grogro.
—No... se sentirá orgulloso de ti, ¡orgulloso de tener por hijo a un ogro dorado!